lunes, 23 de febrero de 2009

LA GALA DE LOS GOYA [A partir de unas palabras de Bill Gates recogidas en el diario El País del 06/02/2009, en la página 34 de la edición impresa]



"Los mosquitos transmiten la malaria. He traído algunos, y los voy a dejar que pululen por aquí. Es injusto que sólo los pobres se infecten". Estas palabras sonaron como las de otros muchos galardonados. Dadas las horas y lo avanzado de la ceremonia eran sonidos destinados a morir entre aquellas cortinas y aquellas paredes aterciopeladas. Algunos escucharon nítidamente pero se lo tomaron como una gracia más que se dice en estos actos.
La gala seguía y los que no habían reparado en las palabras de Javier Bardel empezaron a inquietarse al ver que una pequeña nube de insectos se expandía por el cielo del Palacio de Exposiciones y Congresos. Los que se lo habían tomado a gracia comenzaron a levantarse y, en algunos casos, a gritar. El gran chillido salió de una bonita boca, pintada de rojo, que hasta entonces coqueteaba con los del alrededor; Maribel Bordiú creyó sentir el picotazo de uno de los mosquitos que volaba a la deriva (es imposible que la hubiera picado uno de esos bichos porque en ese momento la nube, todavía bastante homogénea y gregaria, amenazaba a otro lado del recinto).
Pero había una cosa clara, el pánico se estaba apoderando de la situación. Hasta yo, acostumbrado a múltiples guerras y que me encontraba allí de casualidad, empezaba a no saber a qué atenerme. Realmente era una situación inaudita: ¿de verdad alguien se podía a atrever a soltar una “bandada” de mosquitos mortíferos en un evento como este, con cámaras de televisión por todos los lados, con efectivos de seguridad en cada rincón, con la concurrencia de personas tan diversas? Visto el alboroto y el rictus de algunas mandíbulas parecía que sí.
La gente nos movíamos a merced de esos puntos poderosos, cada vez más extendidos. Nuevos chillidos parecieron indicar nuevas picaduras. ¡Y todo en cuestión de segundos (tal vez minutos)! Las puertas de la entrada se abrieron de par en par y algunos de los voladores huyeron. Entró la policía, pero no sabiendo qué hacer. En el escenario, Javier Bardel miraba el espectáculo. Se había quedado sólo, allí, como petrificado, como sabiendo lo que iba a pasar.
Lo que pasó también fue sorprendente: sincronizados, los “mosquitos” cayeron como derrotados, inundando todo de una nueva perplejidad. Alguien se atrevió a mirar a uno de esos cadáveres. No sabía si llorar o reír: ante sus ojos un microrobot yacía inerte. Tenía forma de mosquito, sin faltarle sus alas y demás órganos, pero era todo de plástico.
(…)
Todavía ahora -pasadas unas horas- mientras escribo esta crónica para la edición de mañana, resuenan en mí las palabras de Javier Bardel pronunciadas nada más certificar la muerte de sus mosquitos. “Señoras y señores –dijo-, perdonen las molestias, perdonen los golpes, perdonen el pánico, perdonen el mal momento que les hemos hecho pasar… Pero pensamos que merecía la pena, en un acto como este, una demostración de lo que es el cine: la magia de vivir lo inimaginable”.
El eco de esas palabras y de la gala de los Goya de este año ha sido único e irrepetible. Yo he sido testigo.

domingo, 8 de febrero de 2009